jueves, 2 de febrero de 2012

No es masoquismo

La última vez que lo vi, sus ojos se veían más azules que en una vida entera.

Ese hombre valiente, fuerte, sensible e intenso, intenso como sus días.

Embadurné sus manos de crema tratando de aliviar la aridez de la enfermedad y mientras sujetaba sus manos, me concentré en sus ojos sin pensar que era la última vez que se cruzarían nuestras miradas.

En ese instante sentí  por él un amor infinito, que me apretaba el corazón, un amor fuera de la comprensión, quería salvarlo, aliviar su dolor, mantenerlo con vida, aferrarme a el y no soltarlo, era como si supiera que al soltarlo, lo dejaría ir para siempre.

Y así sucedió y su muerte significo para mi el comienzo del cambio. Mi vida ya no sería la misma y eso aunque inevitable, no significaba necesariamente algo malo, aunque dependiera de un dolor profundo, casi destructivo.

Pero como si fuera poco la muerte nos ataco dos veces...desalmada implacable!!!

Y el dolor se hizo hondo, como una herida mortal, llevándome hasta el fondo, hasta el punto en que parece que no se siente, pero está ahí, letal.

Fue cuando una mañana de estas, de las que me acompañan hace ya algún tiempo, que me di cuenta de algo tan importante para mi que pensé que tenia que compartirlo con alguien, seguramente no es algo fuera de este mundo, o algo que ya muchos han sentido pero para mi fue como un despertar y una reconciliación conmigo misma.

Mi vida no siempre ha sido fácil, y hoy en medio de este dolor, tanto físico como espiritual, comprendí, cuan fuerte me había hecho.

Acepte que los sufrimientos en cierta medida se hacen importantes, que nos fortalecen y que tal vez son la antelación a la verdadera felicidad.

Pensé entonces en todo lo que me había hecho daño, las noches de desvelos, las preocupaciones, los desprecios, el desamor, las traiciones...la muerte, entre muchas otras. Respire profundo y pensé, me he caído muchas veces, mi corazón se ha hecho pedazos muchísimas más, siempre y aunque no quiera, me levanto con más fuerza, con todos los pedazos de mi corazón dispuestos a repartir más amor del que tengo, no se por que pero así consigo seguir adelante.

Las cicatrices de mi cuerpo y de mi alma, son simplemente un recordatorio de que estoy viva y que la vida sigue y nada como vivirla cada día como mejor se pueda.

Muchas veces llore por cosas inútiles, por amores fallidos, por duras injusticias, llore de intensa emoción, de rabia impotente...de soledad, pero mis lagrimas simplemente me hacían humana, veraz, me hacían darme cuenta que no soy un trozo de carne vacío y que en la oscuridad siempre hay un poco de luz.

hoy siento mis lagrimas más dulces, y que el dolor y la tristeza me pulen, abren mis ojos hacia la vida que me queda, se que la tristeza y la felicidad van de la mano, pero quiero quiero vivir de forma un poco diferente.

Decidí que quiero despojarme de los rencores, que al final solo cargaría yo a mis espaldas, decidí que quiero  reconstruirme, salir feliz a la calle, hoy y siempre sin el peso de la desesperanza, que quiero amar más y mejor, o por lo menos intentarlo.

Decidí que quiero compartir mucho más con las personas que me hacen feliz, con mi familia. Recordar a los que nos dejaron hoy, con el amor que nos dejaron en el corazón y nunca olvidarlos.

Decidí, en cambio, que quiero olvidarme de quienes me han hecho daño y empezar de cero, llorar por cosas que valgan la pena, pero intentar ser feliz por encima de todo.

Enamorarme de la vida!

Pau.